LAS FASES DE LA
DESESCALADA. EUFORIA, IMPRUDENCIA, IRRESPONSABILIDAD…
Ha llegado, fase 3 de la desescalada. Da la impresión de que el COVID-19 ya
no es una amenaza, así que releo la experiencia de esta superviviente de 19
años para no olvidar como es el mundo en el que vivo.
“Bicho contagioso.
Hola, me llamo Eva y soy un bicho contagioso. Esta es la clave, esta es la
única manera de parar el Coronavirus....
No sabéis lo que es realmente, no
tenéis ni idea. Los medios de comunicación no han sabido o no han querido
contar la verdad de este virus. Muchas imágenes de gente aplaudiendo en los
balcones, de sanitarios tratados como héroes y de orgullo de comportamiento
social pero nada de la realidad de la enfermedad.
El 12 de marzo
yo estaba en Alemania, trabajando, viviendo sola, haciendo mi vida, feliz. Y de
pronto sonó el teléfono. Mi madre. «Eva, tienes que venirte ya. Esto se va a
poner feo. No quiero que te quedes allí sola, no sé cuándo van a cerrar las
fronteras. Papá ha tenido que cerrar su empresa y yo también. Haz la maleta»...
así empezó todo.
Fue un shock,
pero nunca pensé, era inimaginable saber lo que me esperaba a la vuelta.
Después de la aventura que supuso llegar hasta Suiza desde donde salía mi
vuelo, el avión aterrizó en Barajas. En el aeropuerto se respiraba tensión,
tristeza y silencio. Mi madre estaba esperando al otro lado de la puerta. «Tu
padre ha empezado con fiebre esta mañana...».
La llegada a
casa fue aún más extraña. Nada de grandes abrazos, recibimientos entusiastas.
Tensión, organización. «Papá está aislado en la habitación. No puedes entrar.
Salúdale desde la puerta. No puedes ver a tus amigos. No puedes salir de casa.
Estamos todos en aislamiento domiciliario». Ayer estaba tomándome una cerveza
en una terraza de Alemania y hoy estoy en la boca del lobo.
Días desconcertantes.
De termómetros, oxímetro y lejía. Lejía por todas partes. Llamadas de médicos.
Incertidumbre. Papá empeora. La fiebre no baja. La hidroxicloroquina no
funciona.
Papá se va al
hospital. Neumonía bilateral. PCR +. Tiene Covid. Trece horas tirado en un
banco metálico de una sala de urgencias. Solo. Tiritando. 39,8 de fiebre. No
hay hueco. No hay camas libres.
Pasan los días.
Por fin está en una habitación. Tiene los pulmones mal pero está con oxígeno.
Todo controlado. Nos cuenta un médico que tenemos mucha suerte porque en su
ficha de ingreso pone «candidato a UCI»... esa es la parte más cruel y
tremenda. Significa que muchos otros no lo son. Que no van a intentar
salvarles porque no hay capacidad sanitaria para todos. ¿En serio? ¿En 2020 en
España se van a morir personas porque no hay hueco ni medios para atenderles?
Y entonces
pienso en mi amigo y sus abuelos muertos hace dos días y me planteo lo que será
vivir en una residencia de ancianos.... No sé qué decirle. No sé cómo ayudarle.
Papá es
candidato a UCI y menos mal porque cuando creemos que ya está a salvo, de
pronto una tarde llega la crisis respiratoria grave. Horas de incertidumbre. No
respira. Se ahoga. Médicos y enfermeras hacen lo que pueden. Ángeles de la
guarda. Le cambian de habitación. Ahora tiene una máquina que hincha sus
pulmones. Le dicen que si no aguanta le tienen que intubar. Que las siguientes
24 horas son cruciales...
Mientras tanto, en casa: En casa, el infierno a distancia lo vivimos como
podemos. Mi madre pasa horas mirando al móvil, que no suena. Esperando
noticias. Llegan resultados de la última analítica. Oigo a mi madre decir algo
de principio de fallo multiorgánico.... ¿Estás de coña? ¿Se va a morir? Mi
padre. El vikingo que puede con todo. ¿Puede que no resista las próximas horas?
¿No voy a volver a verle? Ni siquiera me he despedido. Cambian de medicación.
Van probando una y otra. Intensivistas, neumólogos, internistas y enfermeras
están desconcertados. Se nota.
Los días en
casa son interminables. Hemos dejado de jugar. Ni siquiera parchís online. Mi
hermana no enciende el móvil. No quiere hablar. Con nadie. Yo hago lo que
puedo. Cocino. Gestiono la compra que vecinos y amigos nos traen amablemente.
Siempre faltan pimientos.
Seguimos en
aislamiento domiciliario. No podemos pisar la calle. Mi madre pasa horas al
teléfono. Buscando noticias de la evolución de mi padre. Las noches son más
largas aún.
Desfilamos en
vela por la casa. Nos encontramos en la cocina o en el baño. 4 de la mañana.
Nadie puede dormir. Papá por favor, respira. Y de pronto empieza a remontar.
Milagro. Su antiguo compañero de habitación no lo supera... Pero papá
sí. Ya está. La analítica empieza a estabilizarse. La saturación de oxígeno con
el respirador se mantiene por encima de 90%. Eso es bueno.
Pasan los días
y nos dicen que si sigue así, puede volver a casa. Ese día de pronto me entero
de que el Covid no sólo produce neumonía... Empiezan a hablar de una fase
trombótica. ¿Qué es eso? ¿Ahora coágulos en el pulmón? ¿Esto no era una gripe
que sólo afecta a los ancianos?
Papá vuelve a
casa. Antes de darle el alta, el médico le dice que no sabe qué secuelas va
a sufrir. Que puede que no pueda volver a caminar sin agotarse. Sus
pulmones están dañados.
Estamos muy
nerviosas. Vamos a volver a verle. Los vecinos salen a los balcones para
recibirle. Un gran abrazo a distancia. Maravilloso. Y lloramos. De emoción,
nervios. Y otra vez aislamiento en la habitación. Otra vez lejía, termómetro,
pulsi. Está muy débil pero está en casa. Ya está. Se acabó.
Pasan los
días. Mentira. No se ha acabado. Los pies de papá se ponen azules. Sigue la
maldita fase trombótica. Mi madre le pincha heparina a diario. Satura a 91%.
Hoy voy a
cocinar sémola con verduras. Yo elijo el menú a diario. Mi madre pasa por la
cocina prueba el plato y me dice que está incomible... Demasiado salado. Mi
hermana y yo no lo notamos. Acabamos de perder el gusto. Mi madre empieza a
encontrarse mal. Mi hermana y yo también. Más termómetro. Más pastillas. Y un
día empezamos a encontrarnos mejor y papá sale de la habitación después de un
mes encerrado entre cuatro paredes. Ya está. Se acabó el infierno.
Mentira. A los
15 días empiezo a vomitar. Me duele. Me muero. Como si me estuvieran clavando
una espada en el estómago. Mamá llama al 112. Noche sin dormir. No soporto el
dolor. La cabeza me va a estallar. Acaban de empezar las neuralgias
Al día
siguiente mi madre está leyendo un libro para desconectar un rato de todo y de
pronto deja de ver por un ojo. El oído empieza a doler. Ha perdido la vista y
está sorda. ¿Pero esto no era una gripe? ¿No se va a acabar nunca?
Otra vez
hospital. Mi madre a oscuras tumbada en una habitación. Con esto tampoco contábamos.
¿El coronavirus tiene un rebrote?!Pero si ya estábamos bien! ¡Esto se había
acabado! ¿Y ahora vuelta a empezar? ¿Estás de coña?
Me muero de
dolor de estómago. Mi cabeza va a estallar. Como si un látigo la atravesara
desde la nuca hasta el ojo. Más medicinas. Seguimos sin pisar la calle. Hablan
de cambio de fase a todas horas. Me da igual. Yo sigo en «arresto»
domiciliario. Soy un bicho contagioso. Me he hecho pruebas y ha dado igm +. Eso
significa que mi cuerpo está peleando contra el virus.
Mi hermana una
noche empieza a encontrarse mal. Le cuesta respirar. Otra vez hospital. Satura
a 93%. Sus linfocitos están bajos. Su cuerpo está peleando contra el virus y de
momento no está ganando... ¿¿¿pero no se suponía que no afecta a los niños???
Me cuenta un
amigo que un hombre de 46 años ha caído desplomado en la calle con sus barras
de pan bajo el brazo. Infarto fulminante. Covid+. ¿Esto no era una puta gripe?
Más medicinas.
Cortisona. Nos hinchamos como globos. Me duele la cabeza. Odio la neuralgia. Odio
el coronavirus y odio esta sociedad de mierda que se ha olvidado de lo
importante.
Nuevos síntomas. Las venas se
hinchan. Las manos de mi hermana se vuelven naranjas. Tengo moratones. Tengo
hipotermia, 35,2 de fiebre. Náuseas. Me mareo.
Oigo a la gente
haciendo deporte en la calle. Veo desde la ventana grupos de adolescentes en
bici haciendo el capullo. Sin distancia. Sin mascarillas. Inconscientes.
Sois una panda de gilipollas inconscientes. La cabeza me mata. Puto bicho.
Y pienso que
otras familias van a tener que pasar por este infierno porque la gente no sabe.
No conoce. Los periodistas no cuentan la verdad. Y todo se convierte
en un tema político. Qué asco. Y la verdad es la siguiente... Este virus
es desconocido, desconcertante. Ataca cuando menos te lo esperas y donde menos
te lo esperas. Ahora tengo claro que no. No es una gripe. No sólo afecta a los
mayores o personas de riesgo.
Me he repetido
las pruebas. Ya no soy positivo. Pero tampoco he creado anticuerpos... ¿En
serio? ¿Después de todo esto no soy inmune? He cumplido 20 años y el único
regalo que realmente quería era ser igg+. Entrar en el club de los inmunes.
Nos dan el
alta domiciliaria. Después de dos meses y 6 días podemos pisar la calle.
No tengo miedo,
ya lo he pasado, sé que a día de hoy no contagio, y estoy convencida de que si
lo vuelvo a pillar no va a ser grave porque mi cuerpo va a saber frenarlo. O
eso quiero creer.
Y a pesar de
todo, cada vez que quede con mis amigos, que por fin ha llegado el momento,
cada vez que salga por la puerta, actuaré igual que hace dos semanas, igual que
hace un mes, como si siguiese contagiado. Mascarilla en boca todo el día,
alcohol en manos y por desgracia, distancia. No por mí, sino por los demás. Por
evitar traer de nuevo el virus a casa y que tú también lo lleves a la tuya.
¿Te imaginas
lo que sería no volver a ver a tu padre? ¿Te imaginas que por hacerte un selfie
con un colega tu madre sufriera un ictus? ¿Te imaginas cómo te sentirías si
alguien cercano enfermara de verdad?
Por eso... me
llamo Eva, y seguiré actuando como si fuera un bicho contagioso...
Y tú también
deberías hacerlo.”
Agradecimiento a Eva y a todos los que han estado ahí cuidando de nosotros.
(Extraído de ABC Padres e hijos. 8/06/20)
No hace falta añadir si no que, seamos inteligentes, tengamos sentido común
y no bajemos la guardia. No hay inmunidad de grupo. El Covid-19 sigue estando, la
humanidad ha entrado en una nueva fase (que no son las fases 1, 2, 3… de
desescalada) se trata de la fase de la incertidumbre sobre la supervivencia.
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