Aristóteles y la Psicología Positiva
Algunas de las
ideas de la psicología positiva moderna hunden sus raíces en la filosofía de
Aristóteles. En concreto, las "fortalezas del carácter", que se han
encontrado asociadas a la felicidad o la satisfacción vital, guardan
paralelismos con la ética de las virtudes aristotélicas. Son rasgos que pueden
ayudar a orientar el comportamiento en una forma positiva. Pero en la práctica,
muchas veces nos encontramos con que no es fácil saber qué respuesta requiere
una situación dada, o cómo traducir principios abstractos (humanitarismo,
justicia, etc.) en acciones concretas. Y aquí es donde, de nuevo, Aristóteles
acude en nuestro auxilio con su concepto de phronesis o "sabiduría
práctica".
¿Le dirías a tu mejor amiga, que está a punto
de asistir a una boda con su nuevo traje, que éste le queda horrible?
¿Elegirías ser honesto y decirle lo que parece una verdad evidente?... ¿O tal
vez es mejor ser amable y, aunando todas tus capacidades de control de la
expresión facial, sonreírle mientras pronuncias una mentira piadosa? Honestidad
y amabilidad son ambas "fortalezas del carácter", en términos de la
psicología positiva. Pero ¿cómo se articulan en esta situación, donde
ciertamente se encuentran en conflicto?
Barry Schwartz y Kenneth Sharpe son dos
psicólogos, tal vez menos conocidos que otros como Martin Seligman o Robert
Sternberg, que han realizado interesantes aportaciones al tema de las
relaciones entre sabiduría, "fortalezas del carácter" y felicidad.
Pero vayamos por partes. Una de las
contribuciones más destacadas, dentro de la psicología positiva, es la
identificación y clasificación de veinticuatro "fortalezas del
carácter", que se agrupan en torno a seis "virtudes": sabiduría y
conocimiento, valor, humanitarismo y amor, justicia, templanza y
transcendencia1,2. Su adquisición y puesta en práctica a lo largo de toda una
vida tendría como resultado la felicidad, el crecimiento personal y la
construcción de relaciones interpersonales saludables y significativas3, aunque
lo cierto es que tales virtudes y fortalezas no se contemplan como meros
"instrumentos" para alcanzar estas "ventajas", sino que
serían algo intrínsecamente valioso.
En este sentido, la
psicología positiva las ha señalado como algo deseable, aunque Schwartz y
Sharpe ponen de manifiesto algunas deficiencias en el modo en que los
psicólogos se han referido habitualmente a las fortalezas del carácter4. En
concreto, hay tres aspectos que resultan especialmente problemáticos cuando se
trata de llevar a efecto una conducta orientada según el listado de virtudes y
fortalezas:
En primer lugar, está la cuestión de la
relevancia: una situación concreta puede requerir de la puesta en marcha de una
fortaleza en particular y no de otras. Y averiguar qué demanda cada
circunstancia no siempre es fácil.
En segundo lugar, las fortalezas y virtudes
a veces entran en conflicto. El caso planteado al inicio es paradigmático...
¿eliges honestidad o amabilidad? ¿susto o muerte? Actuar partiendo de una
virtud puede ir en contra de otra.
Finalmente, un problema no menor es el de
la especificidad, es decir, cómo se traducen unos principios u orientaciones
que son generales, abstractos e intangibles en una acción concreta que afecta a
personas reales en unas circunstancias determinadas.
Para solventar estas dificultades, Schwartz y
Sharpe proponen incorporar el concepto aristotélico de phronesis o
"sabiduría práctica" a la caja de herramientas de la psicología
positiva4. Pero ciertamente, no se trataría de una virtud entre otras, sino que
tendría el papel fundamental de orquestar a las demás, articularlas para
determinar qué es lo mejor que se puede hacer en una situación y establecer a
partir de qué principios actuar en cada situación. Se trata, por decirlo de
alguna forma, de la "virtud maestra", sin la cual las demás
resultarían poco eficaces en la práctica y el camino hacia la felicidad sería
errático. Aunque la phronesis se ha equiparado en muchas ocasiones a la
"prudencia", desde la óptica de Schwartz y Sharpe parece que tiene
que ver más con el "discernimiento", es decir, con el análisis y la
reflexión sobre cómo moverse ante situaciones concretas, con el fin de
distinguir qué actuaciones llevan a un mayor crecimiento personal y qué comportamientos
podrían obstaculizar la felicidad propia y ajena.
Ahora bien, ¿cómo se adquiere esta
"sabiduría práctica"? Siguiendo a Aristóteles, Schwartz y Sharpe
sostienen que se trata de una virtud que puede aprenderse pero que no puede ser
"enseñada", al menos en un sentido académico o escolar. Tal y como
afirman:
"La sabiduría es producto de la
experiencia. Uno llega a ser sabio enfrentándose a situaciones difíciles y
ambiguas, usando su capacidad de juicio para decidir qué hacer, haciéndolo y
reflexionando sobre ello. Uno llega a ser sabio practicando".
Sin embargo, aunque la "sabiduría
práctica" no pueda ser enseñada, sí que puede ser facilitada o, por el
contrario, obstaculizada. De manera concreta, Schwartz y Sharpe sostienen que
hay dos barreras importantes en la actualidad para esta forma de sabiduría, se
trata de la presión por obtener resultados y de la burocratización (tal vez
podría decirse, la "automatización") de muchas áreas de la vida
profesional y personal.
La sabiduría
práctica requiere tiempo para pensar y para conocer las circunstancias
particulares en las que se desenvuelve la vida de alguien (o la nuestra
propia); implica además cierta capacidad de análisis, para lo cual es
fundamental pararse a escuchar, informarse, conocer en profundidad las
situaciones, y también, hacer todo ello desde una perspectiva flexible y
abierta. No menos importante, la sabiduría práctica implica una fuerte
motivación por tratar de hacer lo correcto en cada situación. Pero estas
circunstancias favorecedoras no siempre se dan, como señalan los autores con
algunos ejemplos. Sería el caso de un médico sobrepasado por la cantidad de
pacientes que debe atender a la hora o el de un maestro que ha de seguir un
programa escolar excesivamente rígido y estandarizado. En ambos casos, es
difícil que uno y otro puedan dedicarse a valorar lo específico de las
circunstancias de sus pacientes y alumnos, respectivamente. Por ello, hay una
conclusión que parece clara: si queremos disponer de personas más sabias,
también necesitamos instituciones y organizaciones que lo sean.
El artículo de
Schwartz y Sharpe es interesante no sólo por su contenido, sino también por la
forma en que está escrito. Los autores combinan ejemplos concretos y sugerentes
con otros conceptos abstractos propios de la filosofía aristotélica en que se
basan, pero sin perder de vista el paradigma de la psicología positiva en el
que se desenvuelve su argumentación. Las partes más densas desde un punto de
vista conceptual se leen de manera accesible, sin que lo didáctico menoscabe el
rigor. En cualquier caso, para aquellos que prefieran "ver la
película" en vez de "leer el libro" –y también para quienes
deseen ambas cosas- existe una charla TEDtalk en la que ambos autores, Schwartz
y Sharpe, comentan y extienden muchas de las ideas que aparecen en su artículo,
incorporando reflexiones como la siguiente:
"Necesitamos
desesperadamente, más allá, o además, de mejores normas y de incentivos
razonablemente inteligentes, necesitamos virtud, necesitamos carácter,
necesitamos gente que desee hacer lo correcto. Y, en particular, la virtud que
más nos hace falta es lo que Aristóteles llamó la sabiduría práctica. La
sabiduría práctica es la voluntad moral de hacer lo correcto y la habilidad
moral de discernir qué es lo correcto".
REFERENCIAS
Peterson, C., & Seligman, M. E. (2004). Character strengths and virtues: A handbook and
classification. Oxford University Press.
Seligman, M. E., Steen, T. A., Park, N.,
& Peterson, C. (2005). Positive psychology progress. American psychologist,
60(5), 410-421.
Niemiec, R. M. (2013). VIA character
strengths: Research and practice (The first 10 years). In Well-being and
cultures (pp. 11-29). Springer, Dordrecht.
Schwartz, B., & Sharpe, K. (2006).
Practical Wisdom: Aristotle meets Positive Psychology. Journal
of Happiness Studies, 7 (3), 377-39