PSICOLOGIA DE LA PUBLICIDAD. VENDER FELICIDAD


PSICOLOGIA DE LA PUBLICIDAD. VENDER FELICIDAD. (CASO IKEA)
La publicidad es parte integral de la economía de consumo, si no se estimula el deseo del consumidor, no serían posibles las ventas repetitivas  y la creación de nuevas necesidades.
Las palabras e imágenes unidas en un buen mensaje que llegue a la mente del consumidor tendrán el poder de influencia necesaria.
Las cinco necesidades humanas básicas:
La 1ª: el obtener alimento. Este deseo lo tenemos bastante bien cubierto y ninguno de nosotros suele ir hambriento a comprar al súper.
La 2ª: es la de sentirse seguro. O sea, no sentirse en peligro. Pocos anuncios recurren a esta necesidad en su estrategia. Serían anuncios que nos mostrarían un mundo hostil y amenazador, en el que aparecería la figura de un protector o persona más fuerte.
La 3ª: es la del amor y afecto. Ahí hallaríamos los anuncios que nos hablan de amistad, del amor de pareja, o del amor que nos muestran los hijos.
La 4ª: es la de autoestima. Aquí los anuncios hablan de dominar nuestro entorno, tener confianza, independencia y libertad. También está la necesidad de prestigio y reconocimiento social.
La publicidad también puede explotar la imagen contraria: los sentimientos de inferioridad e impotencia, para luego -gracias al producto en cuestión- convertirse en respeto hacia nosotros, fama...
La 5ª: satisfechas todas estas necesidades surge el descontento si una persona no puede ser lo que ella desea en la vida. Se trata de la necesidad de auto-realización, de encontrar un lugar en la sociedad donde la persona pueda ser ella misma.
VENDER FELICIDAD O VENTA EMOCIONAL.
Y aquí es donde llego a la publicidad de IKEA.  La psicología aplicada al marketing ha demostrado que vender felicidad es una buena estrategia. Esto no es nuevo ni un descubrimiento reciente. ¿Habéis visto algunos de los anuncios de terrazas de Ikea? ¿No? Al final lo podéis ver.
No tengo comisión de IKEA para que publicite sus productos, pero es un buen ejemplo de venta emocional. Por ejemplo en sus anuncios me muestran  una realidad parecida a la mía, y digo parecida porque todo es un poco mejor, la terraza que se ve se parece a la mía, pero más bonita, la protagonista es más guapa, más perfecta, todo es más idílico. Así se consigue inculcar que para conseguir que nuestra terraza sea más bonita, que nosotros seamos más felices y nos sintamos más guapas, menos gordas y mucho mejor, debemos comprar los productos IKEA con los que decorar nuestra terraza. Tendremos huertos urbanos increíbles que nos darán unas fresas sabrosas y unos limones fantásticos que nos proporcionarán unas mañanas i unos desayunos perfectos. Así conseguiremos deslumbrar a las amigas, tendremos las veladas más perfectas con mojitos increíbles. Esas son las terrazas de Paula (fijaros que no dicen terrazas de Ikea).

Sin duda, entre las campañas publicitarias que más triunfan están aquellas que nos cuentan historias. Relatos que buscan aflorar todo tipo de sentimientos e identificarnos con lo que nos narran y con ello, con la marca o producto que comercializan. Todo ello gracias al storytelling o la estrategia de contar historias en las campañas de publicidad, buscando la identificación del consumidor con el producto generando una conexión emocional. Una estrategia que cada día se revela más vital en las campañas de marketing.
Si preguntamos a la gente que nos diga de qué tratan algunos anuncios publicitarios de Ikea, seguro que la mayoría recuerdan las historias.
La clave del éxito de la publicidad de la cadena sueca está en crear historias llamativas, tratadas con humor pero siempre historias cercanas.
Este tipo de publicidad busca la empatía, que la recordemos, que nos resulte atractiva e interesante y que remueva emociones.
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Empatía: En un mundo competitivo en el que el cliente cada vez busca y analiza más las condiciones de la competencia y está dispuesto a cambiar de producto, generar confianza capta clientes y ayuda a no perderlos.

Mayor tasa de recuerdo: Una historia nos muestra una secuencia y un flujo de hechos argumentados que son fáciles de contar, transmitir y recordar. Y no sólo eso, permiten transmitirse mejor.

Es la publicidad que más nos gusta: Nos encanta leer libros, ver películas y por supuesto, la publicidad preferida es la que nos narra algo. Todo ello nos ayuda a que las campañas que cuentan historias suelan ser las mas atractivas.

Emocional: Aunque seamos analíticos en muchas compras en otras nos dejamos influir por emociones. Para que el cliente siga apreciando esta conexión emocional, es importante tanto dar continuidad a las campañas de historia como que el producto o servicio que es adquirido satisfaga al cliente.



ROMPER UNA RELACIÓN




ROMPER UNA RELACIÓN
¿Nos echan de menos alguna vez? ¿Les duele o continúan su vida como si nada? ¿Sufren o se sienten aliviados?¿No tienen que hacer un duelo? ¿Por qué actúan como si les diese igual? En definitiva: ¿qué siente la persona que rompe la relación?  

Muchas de las preguntas que siguen a una ruptura, giran en torno a lo que hace, dice, y experimenta en su fuero interno la otra persona. Nuestra cabeza empieza a funcionar como si fuese la máquina de descifrar enigmas: probamos todas las combinaciones, explicaciones y posibilidades que puedan existir para explicarnos el sentido del universo, si fue antes el huevo o la gallina y qué demonios hicimos para que alguien que nos quiso, ya no nos quiera.

Me habéis pedido en varias ocasiones una entrada que trate sobre los sentimientos de quien se marcha. Para ello, he tenido que traer al presente vivencias de mi pasado, hablar con diversas personas y condensarlo todo en un artículo que no cubre todas las variables, pero sí describe lo que nos sucede cuando rompemos, en líneas generales.
Evidentemente, hay matices en función de cada caso. No es lo mismo una buena relación en la que uno de los dos componentes ha dejado de sentir ganas o voluntad de estar con el otro, que un tortuoso amor tóxico plagado de sufrimiento. Vamos a centrarnos  en lo que sería una relación más o menos normal.

Cuando se termina una historia en la que ha habido cariño, respeto, amistad, ilusión y proyectos en común, la persona que toma la decisión, ha tenido que reflexionarla y pensarla detenidamente. La ruptura en realidad se viene fraguando tiempo atrás: lo que significa que ha vivido una larga racha de dudas, de comerse la cabeza, de llorar a escondidas, de luchar consigo mismo, de auto engañarse, de intentar aguantar y finalmente, de mentalizarse progresivamente de que la relación ha de ser finiquitada.

Una cantidad sustancial de personas pueden estar debatiéndose así durante años, agarrándose al flaco consuelo de puntuales momentos buenos y pensando que total, ahí fuera se estaría mucho peor. Por esta razón, la mayoría de las rupturas se efectúan cuando aparece una tercera persona. El pánico a la soledad, no a la soledad real, sino a la soledad interior de no ser querido, es una de las mayores fuerzas motrices del ser humano. Si uno se ha visto atrapado en una relación donde no era feliz y no ha sido capaz de dejarla, conocerá el asombroso poder paralizante de un miedo por el cual hacemos las más ímprobas hazañas y sacrificios, incluido nuestra salud y paz mental. Ni por amor hacemos lo que hacemos por miedo.

Cuando te planteas dejar una relación, tienes muchos intentos. Entonces, te ves solo, te ves triste, empiezas a recordar los buenos momentos y de repente, te entra un ataque repentino en el que sientes que no puedes vivir sin esta persona.
Las primeras emociones que aparecen cuando dejas una relación es el alivio, la culpa y el miedo.
Alivio, porque sales de un largo tiempo de dudas que te machacan y por fin tomaste la decisión; culpa, por el dolor que sufre alguien a quien amaste; miedo, porque podrías equivocarte.

El cerebro humano se apega a las sensaciones agradables. El alivio es una sensación agradable. Nos gusta sentirnos aliviados. Hasta ahí, todo bien.
Sin embargo, ni la culpa ni el miedo son sensaciones agradables. El cerebro humano crea subterfugios para huir de aquello que le genera malestar. Hay personas que intentan desplazar la culpa al otro: si tú hubieras cambiado, si me hubieras hecho más caso, si no tuvieses este carácter…
O de la misma manera, se auto inculpan en lo que podríamos sintetizar con la conocida frase: no eres tú, soy yo.
La huida es la respuesta más habitual ante el miedo. No me hables, déjame en paz, no me apetece darte explicaciones, etcétera…
 Cuando una persona nos deja y pasan estas cosas, nos parece haber compartido nuestra vida con un completo desconocido. En realidad, no estamos hablando con la persona que conocemos y amamos, estamos hablando con su culpa y su miedo. Y la culpa y el miedo son como los terroristas: no se puede negociar con ellos.

Después de dar el cierre a la cuestión, la persona que deja ha de afrontar, al igual que nosotros, una etapa desconocida, ya sea sola o acompañada. En este punto, cobra más vida la nostalgia, el echar de menos ciertas rutinas, el cariño, los abrazos, los entornos, los amigos, etcétera…en resumen, lo que suponía el contexto de la anterior relación, que no la relación en sí.

Los momentos de nostalgia debieran sufrirse en silencio, pero de ellos provienen en su mayor parte las llamadas sorpresivas, los mensajes eventuales, los intentos de mantener amistades que alientan las esperanzas del otro o las difusas promesas de un hipotético regreso futuro, todo ello, seguido de desapariciones intempestivas.
Es decir: quien deja una relación suele vivir también un resto de duelo, unos coletazos de miedo o nostalgia y en respuesta a ello, siente el repentino impulso de contactar con la ex pareja para que le proporcione el alivio de saber que existe, que alguien por alguna parte, le sigue queriendo. Una vez que la ex pareja responde con cualquier cosa (sea rabia, sea cariño, etcétera…) quien envió el S.O.S. se siente tranquilo y seguro y entonces ya no se volverá a saber de él hasta el próximo ataque nostálgico. En cierto modo, esas llamadas y mensajes le sirven para reafirmarse en su decisión, no para dudar de ella.
¿Qué ocurre cuando la persona dejada aplica contacto cero?
Al perder completa y definitivamente cualquier vínculo o contacto con alguien que ha compartido tantas cosas, que ha sido como tu familia, uno se ve obligado, tanto como el otro, a aprender a perder.
En nuestra sociedad, no estamos preparados, ni mentalizados para afrontar pérdidas. La única información que nos dan desde la infancia al respecto, es que si algo desaparece, va a al cielo. Pero nadie tiene a bien indicar que las personas y cosas se van perdiendo, que es necesario llorarlas, que toda pérdida requiere un proceso de aceptación y que nada ni nadie puede sustituirse, por mucho que huyamos hacia adelante buscando una persona tras otra.
Así pues, si la persona que tomó la decisión tampoco tiene los recursos para dejar ir, el contacto cero le enfrentará a la siguiente disyuntiva: o bien, regresar a la relación perdida, o bien desarrollar estos recursos y madurar.
¿Puede no sentir nada la persona que deja?
Puede ocurrir. Cuando se abandona una relación, lo que duele es el desprendimiento de un vínculo y el renunciar a esa conexión con esta persona. Si se ha vivido la relación de forma distante, o sin quitarse la coraza, o sin conectar realmente con el otro, la ruptura pasará sin pena ni gloria.

¡ESE SENTIMIENTO DE CULPA!



¡ESE SENTIMIENTO DE CULPA!

La culpa no está en el sentimiento, sino en el consentimiento.

Una emoción extremadamente autodestructiva es la culpa y aunque está relacionada más bien con la autoestima, no es una emoción innata en el ser humano. Es una consecuencia de nuestras acciones, de nuestras palabras y de nuestras reacciones.

¿Cómo se relaciona la culpa con la autoestima?

Las personas que tienen baja autoestima sienten mucha culpa, como consecuencia les cuesta mucho sentirse bien con ellas mismas, acerca de lo que dijeron, hicieron, o como reaccionaron ante un hecho cotidiano o extraordinario.
¿De dónde procede la culpa? La culpa tiene que ver mucho con el nivel de exigencia personal y lo críticos que fueron en nuestro hogar en la infancia.
Ponerse retos como técnicas de superación está bien, pero si las expectativas son irracionales o se contradicen con nuestra naturaleza innata , serán causa de una insatisfacción continuada y esto pasará  cada vez que no se cumplan las expectativas.

La culpa normalmente busca  el castigo (hiciste algo mal y la mente justiciera cree que se ha de pagar por ello).  Si este pensamiento no es liberado, la mente lo hará notar a través de enfermedades que serán un auténtico auto castigo.

Es muy importante saber que el objetivo de la vida es ser feliz y aprender a amar. A partir de aquí cada uno se pone sus normas y sus autoexigencias y sus “debería” o peor,  sus “tener que “ ... “Debería dejar de gritar” “debería estudiar derecho” “debería ser mejor madre”... Todos corresponden a las expectativas de otras personas, aunque  nos los hemos hecho nuestros y les damos el poder suficiente para que nos afecten y nos hagan sentir como personas inadecuadas si no los convertimos en realidad.  Pero todavía estamos a tiempo de elegir, ¿Cómo? Pues escogiendo aquello que nos haga sentir bien y convirtiendo los deberíamos, y los tenemos, en querer y  en poder. Así  tenemos frases más adecuadas. Puedo ser ordenada, quiero estudiar derecho...

Vamos  a hacer un ejercicio para saber si somos personas demasiado duras con nosotras mismas:
IMAGINEMOS que una persona cercana falla en algo. ¿Cuál es nuestra reacción? Aunque inicialmente nos podemos enfadar y así lo expresamos, es muy probable que la perdonemos rápidamente  porque queremos a esta persona.

Imaginemos ahora que somos nosotras quien fallamos en algo, ¿Cómo reaccionamos? Probablemente el problema hacia una misma tendrá unas repercusiones mayores.
Para saber si nos tratamos como nos merecemos, vamos a aplicarnos la misma medida que a la persona que más queremos. Esta persona tan querida tendría que ser nosotras mismas, pero si no lo somos, vamos a intentar acercarnos lo más posible a la misma medida  que aplicamos a esa persona cercana y querida. Nosotras también lo merecemos ¿no es cierto? Nosotras también lo hacemos lo mejor que podemos. ¿Por qué, entonces nos juzgamos peor a nosotras mismas? La vara de medir no es la misma, nosotras nos tratamos con mayor dureza. Sin embargo, también merecemos perdón  y estima.

¡LA CULPA NO AYUDA A NADIE!

Nada que haga sentirse mal ayuda. Si realmente hemos hecho algo que consideramos muy malo, intentemos solucionarlo si se puede y luego tanto si se puede como si no, liberémoslo y perdonémonos. La culpa reiterada se convierte en odio a una misma, y si perdemos la conexión con nuestro interior todo se estanca en nuestra vida. El amor mueve el mundo. Si no hay amor nada se mueve en nuestra vida.

EL EJERCICIO PROPUESTO SERIA:
Vamos a confeccionar una lista con todas las cosas peores que hemos hecho. Vamos a anotar las adicciones y todos los comportamientos a los que ahora no encontramos justificación. Hagamos esta lista con calma, podemos hacerla en varios momentos, nos ponemos una música que nos guste y dejemos que vayan saliendo. Al acabar, observamos la lista. Si hay alguna cosa que se pueda aún reparar, vamos a solucionarlo.
Si no se puede, vamos a mirar si podemos buscar un equilibrio en otra situación, por ejemplo ayudando a otras personas en la misma situación. De esta manera hemos equilibrado nuestro error en otra situación parecida. Si no encontramos ninguna manera, vamos a adquirir con nosotras mismas el compromiso de que vamos a actuar de forma distinta la próxima vez en que la vida nos ponga en una situación o nos presente una oportunidad parecida.

Reconozcamos que lo hicimos lo mejor que supimos con la conciencia de aquel momento y perdonémonos.

Cuando acabemos la lista, la rompemos y nos olvidamos de todas estas acciones.

Vamos a comprometernos con nosotras mismas  con el compromiso de que a partir de ahora vamos a actuar de forma más consciente y eso lo vamos a poner por escrito en una carta que nos dirigiremos a nostras. Durante un tiempo la vamos a llevar encima por si surgen dudas, así la tendremos a mano. Y, recordemos: “La coherencia interna es lo que da la felicidad a nuestro espíritu”

UNA POSIBLE LISTA: 
Yo me siento culpable cuando:

No hago las cosas con perfección
No soy feliz
Como muchos dulces
No se decir que no
No estoy de acuerdo con mis padres
Recibo ayuda de alguien
Dedico tiempo a mi misma
Pido ayuda
Me siento necesitada
Soy amada
No soy productiva
Salgo con mis amigas
Tengo sobrepeso
No vivo de acuerdo a las expectativas de mis padres
Gasto dinero en mi mismo
No hago los quehaceres de casa
Estoy delgado
Pienso en mi primero
Pierdo los estribos
Soy antipática con la gente...

 SENTIRSE CULPABLE NO NOS VA A AYUDAR A TENER UNA AUTOESTIMA SALUDABLE. Tenemos que tomar conciencia que la perfección no existe y que podemos ser felices y mejorar en todos los aspectos de nuestra vida. Si nos perdonamos podemos vivir en paz, si nos respetamos y nos amamos a nosotros mismos, subiremos nuestra autoestima y disminuiremos nuestras culpas. 

EJEMPLO DE CARTA QUE NOS PUEDE ACOMPAÑAR

 
Yo ..... me comprometo a vivir feliz y plenamente el día de hoy, tomando lo mejor de cada vivencia y experiencia, reaccionando con conciencia y sin culpas...

Para saber más: http://evolucionconsciente.org/ejercicio-para-trabajar-la-culpa/

¿QUÉ IBA YO A DECIR AHORA?


¿Qué iba yo a decir ahora?
¿Cómo se llama esa actriz tan guapa, pelirroja, que sale en la última de Woody Allen? ¿Dónde he dejado el móvil? Tengo el nombre de esa persona en la punta de la lengua. ¿Qué iba a coger yo de este cajón que he abierto? ¿A qué venía a la habitación? Este tipo de olvidos son algo habitual en la vida cotidiana, y no tienen por qué reflejar la presencia de ninguna enfermedad. De hecho, obedecen al funcionamiento normal del cerebro.
El ojo humano realiza movimientos para registrar el entorno unas cinco o seis veces por segundo, y con ello recopila cantidades gigantescas de información de la que solo se conserva una parte y el resto se desecha. Si hubiera que guardar en la memoria absolutamente todo lo que vemos, escuchamos o leemos cada segundo, el cerebro estaría sobrecargado y eso deshabilitaría nuestro entendimiento. Vaciar la 'papelera de reciclaje' de vez en cuando (sí, como la del ordenador) se convierte en un imperativo para la supervivencia.
Olvidar es una función normal del cerebro, porque si lo recordáramos todo sería un grandísimo problema" (Alberto Villarejo, neurólogo)
Todas las noches se da un proceso en el cerebro por el que se van desechando recuerdos del día y prevalece otra información. La memoria es selectiva. “En general, el olvido es fisiológico. Olvidar es una función normal del cerebro, porque si lo recordáramos todo sería un grandísimo problema”, zanja el doctor Alberto Villarejo, vocal del Grupo de Estudio de Neurología de la Conducta y Demencias de la Sociedad Española de Neurología (SEN).
En los años veinte del siglo pasado la ciencia conoció y estudió el caso de Solomon Shereshevsky, un individuo ruso que presentaba lo que se conoce como hipermnesia, es decir, exceso de memoria. Era incapaz de olvidar un nombre, un dato, una cara… Lo recordaba absolutamente todo, aunque pasaran años. Sin embargo, no sabía manejar tanta información, mezclaba sentidos y su don se convirtió en un tormento. Suena a película, pero fue un caso real, muy parecido al del protagonista de Funes, el memorioso, un cuento de Jorge Luis Borges.
La pérdida de memoria es, pues, un proceso necesario y frecuente, que en ocasiones se relaciona con procesos benignos como la falta de atención, el estrés o la ansiedad. También hay lagunas que nunca fueron otra cosa. "No recordar dónde se ha dejado el móvil no es un problema de memoria, sino que uno lo deja cuando estaba haciendo otra tarea y lo hace de modo inconsciente. Por ello ese suceso no se puede recuperar”, apunta el doctor Villarejo.
Otra de las causas de estos despistes cotidianos conecta con la ubicación espacial. “La memoria se codifica en un lugar determinado. Si estoy en el salón y voy a la cocina a por unas tijeras, cuando cambio de estancia ya he salido del lugar donde se creó el recuerdo, por lo que este se desvanece. Si no recuerdo que he ido a por las tijeras, la mejor técnica es volver al salón”, añade Álvaro Bilbao, neuropsicólogo y experto en salud cerebral.
La memoria se codifica en un lugar determinado. Si estoy en el salón y voy a la cocina a por unas tijeras, al cambiar de estancia, el recuerdo se desvanece" (Álvaro Bilbao, neuropsicólogo)
Según este especialista, autor del libro Cuida tu cerebro… y mejora tu vida, los recuerdos se crean por lugares, personas o momentos. “El lóbulo temporal del cerebro es la parte más importante en cuanto a la memoria que se asocia a caras y nombres. Es muy difícil recordar nombres porque no tienen nada que ver con las caras. Un rostro no dice nada sobre si se llama María o Natalia. Si usáramos los apodos de los indios americanos (Nube Grande, Fuego Viejo…) todo sería más fácil. Por eso es más sencillo recordar motes. En estos casos, lo mejor es hacer un esfuerzo de contención y relajación. Si no atina con el nombre del actor Russell Crowe, no lo busque en Internet:  relájese y empiece a pensar cosas que sabemos de él, qué otras películas ha hecho… y el nombre vendrá solo”. Sobre todo, no se estrese. “Vivir con angustia estas situaciones dificulta que vuelva la memoria”, añade el doctor Villarejo.
Las personas atareadas son más propensas a estos olvidos cotidianos. “Cuantas más cosas pretendamos recordar y más compleja sea la vida, más normal será que olvidemos”, añade el neurólogo de la SEN, quien dice sospechar que también se relaciona con el estilo de vida en las grandes ciudades.
“Bueno, no pasa nada. Si se me olvida algo, ahí está Internet”, podrán pensar los lectores. Cierto. ¿Provocará entonces Google que perdamos memoria por permitirnos recuperar nuestros recuerdos a golpe de clic? “No sé qué ocurrirá pasados muchos años, porque esto no es algo que cambie en una generación. Es posible que haya alteraciones en la manera de memorizar y recordar la información, pero tampoco será algo tan negativo como se pretende. A veces no es tan importante tener tanta información en la cabeza sino saber dónde la puedes adquirir o qué habilidades puedes desarrollar con ella”, agrega el doctor Villarejo.
¿Cuándo hemos de preocuparnos por estos despistes del cerebro? El doctor Bilbao tiene las claves. “Primero, cuando encontremos dificultades con las palabras y no nos demos cuenta en el momento, ni al ser corregidos. Segundo, cuando no seamos capaces de recordar qué hicimos el día anterior, ni siquiera cuando alguien nos lo menciona. Y tercero, cuando las personas que nos rodean muestran preocupación por nuestros fallos de memoria y, aun así, permanecemos tranquilos. Otro signo es haber perdido el olfato a la vez que la memoria”.
Por cierto, la actriz se  llama Emma Stone.
Publicación  “BUENA VIDA” El PAIS. 26 de marzo de 2015
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