El Desamor
Cierro los ojos y respiro. Me imagino en un lugar del futuro y mi pareja no
está. La busco y no la encuentro. Mi mirada es transparente y alegre. No me
siento sola, no estoy sola. Mi corazón está lleno, mi alma limpia, mi espíritu
tranquilo.
Este ejercicio de proyección al futuro nos ayuda en el presente a discernir
entre lo que sentimos y lo que vivimos.
Según el modelo del psicólogo estadounidense Robert Sternberg, una relación
sana se define por el nivel de compromiso, de intimidad y de pasión.
El compromiso significa tener los mismos objetivos e ir en la misma
dirección para conseguirlos. Si hay diferencias importantes, si no hay planes
de futuro o éstos no coinciden, la relación supone un esfuerzo frustrante y ya
no se es un equipo.
La intimidad es auténtica y sana cuando se comparte la misma
filosofía de vida, se puede hablar de cualquier tema, sentir y disentir. Las
palabras de valoración de la pareja son el índice de la felicidad en la
relación. En este aspecto será la cantidad y calidad de pensamientos y palabras
de reconocimiento el indicativo de que la relación naufraga. Los secretos,
mentiras, falta de comunicación y temor a las respuestas indica claramente
falta de confianza que desemboca en frustración y dolor.
La pasión es la necesidad que tiene la pareja de muestras de cariño, de disfrutar de
una sexualidad plena por ambas partes, compartir emociones, risas, ocio y tener
una complicidad. A veces encontramos parejas que con el tiempo han llegado a
ser amigos con una variante de sexualidad a base de caricias, complicidades,
charlas apasionadas, besos y un alto grado de romanticismo.
En las terapias de pareja que acudieron a la consulta de psicoterapia, una
de ellas, Montse y Nando, parecía que su problema más importante estaba
localizado en la falta de deseo. Ambos sabían divertirse juntos, se les veía comprometidos.
A lo largo de la terapia salieron a la luz las dificultades de Nando para
expresar sus emociones y para comunicar sus pensamientos. Por otro lado, Montse
era una mujer muy impulsiva y bastante inestable, le costaba acompañar a su
pareja emocionalmente. Tiempo después ella quiso comprar una vivienda y
trasladarse a otra ciudad juntos pero Nando no participaba de estos sueños. Un
tiempo después Nando habló con su mujer y le dijo que ya no sentía por ella lo
mismo, fue su manera de romper la relación.
Las rupturas, al producirse marcan a las dos partes de la relación. Si hay
una buena autoestima, si la persona es fuerte y confía en sus capacidades saldrá adelante y
fortalecida al finalizar la etapa del duelo. Inevitablemente pasará por momentos de tristeza y rabia, a veces con
incredulidad y regateo, con la esperanza de reavivar la llama. Pero al final
sanarán las heridas y afloraran nuevos sentimientos que atraerán nuevas
oportunidades.
Una de las pautas que funcionan bien es que cada vez que la pareja venga a nuestra mente invadiendo
los pensamientos podamos ser capaces de
desearle que las cosas le vayan bien, con toda la sinceridad posible,
luego podemos buscar esos pequeños regalos que la vida ofrece, las cosas bellas
que la existencia nos da día a día y recordar siempre que a veces una ruptura
significa regalar y regalarse libertad.
Reconstrucción. Lo más importante es recuperar la vida interior que poseemos y reconstruir.
El miedo, la angustia y la tristeza que se siente en la primera fase irán
difuminándose con el tiempo, por lo que la inestabilidad actual pasará a
una mayor seguridad proporcionando poco
a poco estabilidad emocional.
En una segunda fase ya podremos
definir objetivos y metas, estableceremos planes de acción que se dirigirán a hacer
realidad la construcción de nuestros sueños.
Y en la siguiente fase llegarán los sentimientos de satisfacción con uno
mismo y con la vida que se va construyendo. Los pensamientos y actitudes van a ir acordes con el disfrute y la paz interior.
El proceso de ruptura es un proceso doloroso que se supera pero cuando se traspasa el límite de lo aceptable
en el sufrimiento, no dudes en pedir ayuda profesional.
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