MI DUELO. PALABRAS DESDE EL CIELO


                             


“…Entró de puntillas y sin ruido, como un ave peregrina, y se la llevó a vuelo lento, en una tarde de otoño. Murió con su mano en la mano de su hijo, con sus ojos en los ojos de él…”   Niebla” Miguel de Unamuno.

Lo que conmueve de esta escena es la proximidad, el contacto físico que acompaña a la persona querida en ese trance final, pero… ¿Y si no fuera posible ese contacto? ¿Y si no pudiéramos estrechar la mano y mirar a los ojos de quien se va…?

 

Hace pocos días que murió mi madre. Fue duro en estas circunstancias y con los protocolos actuales no poder verla ni despedirme ¡Fue todo tan rápido!

Y no me sirven esas frases de consuelo: “Querida, al menos se fue deprisa y sin sufrir.” Ahora solo puedo sentir mi dolor y pensar que ya no está. ¡Pienso tanto en ella! La echo de menos. Me entristecen las cosas que ya no voy a poder hacer junto a ella, esos paseos, esas conversaciones…A veces me siento culpable por haberle hablado mal, otras agradecida por su apoyo, sus enseñanzas, su ayuda y su amor incondicional.

Me vienen ahora todos esos momentos de detalles cotidianos compartidos y siento que también he perdido una parte de la noción de quien soy.

De nada sirve querer ir más deprisa en mi dolor porque va a pasar tiempo hasta que acepte la pérdida y más aún en las circunstancias actuales. En estos instantes me convenzo a mí misma que debo darme tiempo, seguir mi ritmo, sentir cada fase aunque sea duro. Es necesario ese tránsito.

Siento una punzada en el estómago, se agudiza e intensifica, y me niego a aceptar: “No puede ser, estaba bien, saludable, alegre, con ganas de vivir” “Con otro tratamiento estaría viva.”

La ira que siento al conectar con la pérdida es muy intensa, la dirijo fuera y dentro de mí: “Por qué no  he podido acompañarla? ¿Cómo ha podido estar tan sola? El tratamiento no fue el adecuado.  No la protegí lo suficiente…

Voy pasando de pactos a tristeza, de aceptación a momentos de depresión. Por un lado afronto la culpabilidad que yo misma genero, me reconcilio con aquellos con los que he sentido verdadera ira, se va desvaneciendo la culpa y voy buscando compromisos en mi desarrollo personal. La tristeza viene y va, dando paso al vacío o al dolor intenso. En mi cabeza surge una palabra o un gesto de mi madre. A veces me digo: “me va a costar no verla más” o, “ya no haré ese camino a través de los campos hasta la residencia ni recibiré esas manifestaciones de alegría al verme” Rememorar eso me rompe el corazón.

Pero poco a poco voy reconociendo el dolor y la pérdida y los voy integrando como si de una segunda piel se tratara.

Es una situación rara la que estoy viviendo, pero me permito sentir lo que va surgiendo y lo voy afrontando mejor o peor según se tercie el día. Ahora no siento tan a menudo esa sensación de ahogo y mareo. Aún me siento inquieta, más por la noche, durante el día tengo bloqueos, a ratos siento miedo. Pienso en mi muerte y me tiembla el cuerpo.

Estoy irritable y enfadada. Me vienen otra vez a la cabeza pensamientos de: “no he podido despedirme, no me permitieron estar a su lado en el hospital”. Experimento impotencia y frustración porque las circunstancias me limitaron. Siento injusticia por este final.

Hay momentos que  me siento vacía. Siento que he perdido una parte de mí. Me cuesta llorar, tengo un nudo en la garganta. Siento más rabia y busco la soledad, parece que eso es lo que más me calma y puedo experimentar mi tristeza como tributo a quien tanto quise.

Los momentos más duros son esos en que en mi cabeza aparecen mensajes como: ¿Por qué no la traje a casa? ¿Cómo no la cuide más? ¡Tenía que haber ido a comprobar que estaba bien!… ¡Esa maldita culpa!

El duelo duele y necesita tiempo para ser elaborado, he de dejarlo doler. Sin embargo eso es más fácil decir que hacer.


              Todos pueden controlar un duelo excepto el que lo tiene (William Shakespeare).


Vuelvo a desesperarme, otra vez, surge la culpa, la ira, la tristeza. ¿Pero no había ya pasado estas fases? – Me pregunto una y otra vez.


Hoy he llorado ¡por fin! Parece que ha sido un alivio. La cabeza la tengo más despejada y no he tenido bloqueos. Eso me ha permitido salir a la calle, mirar libros y removerlos en esa librería cerca de casa. He comprado una bonita libreta de una verde azulado para escribir mis emociones y esas palabras desde el cielo que me diría mi madre en estos momentos al verme con tanto dolor y tristeza:

"Ai, filleta, això passarà, ets forta i tú em sentiràs al teu costat sempre que em necessitis, perquè les estrelles que veus al cel son les ànimes que brillen de tots els que t'hem estimat. Tot i que els nostres cossos no siguin on ets tú, sentiràs la nostra presencia en una cançó, una olor i el gust de les coses que ens agradaven. Seré el silenci de tot allò que vam compartir, seré el record dolç a la teva memòria i una bonica pàgina de la teva història."


Cuanto más hayas amado, más dolerá la despedida. Y también más grande será la satisfacción de haber vivido ese amor.


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