BUSCANDO LA FELICIDAD. EUDAIMONÍA.

Buscando la felicidad

¿Qué es la felicidad?

La felicidad es como una mariposa, cuando más la persigues más huye, pero si vuelves la atención a otras cosas ella viene y suavemente se posa  en tu hombro. La felicidad es una forma de caminar por la vida”.

La felicidad  es difícil de definir, debe experimentarse para conocerla. No hay una única idea que defina la felicidad, ni una guía, ni claves para la felicidad. Podemos hallar estudios que nos den una aproximación a la experiencia del bienestar físico y psicológico pero la felicidad en realidad es un proceso, un camino y se puede experimentar por momentos más o menos largos, más o menos intensos. La felicidad tiene relación con el sentido de nuestra vida. ¿Qué es lo que deseamos?, ¿qué es para cada una de nosotras vivir?, ¿qué nos hace sentir bien, plenos y realizados? ¿A qué le damos valor? Son estas y otras preguntas similares las que nos van a dar la pauta de como ser felices en nuestro andar por la vida. Esto además nos ayudará a encontrar sentido a nuestra vida, a discernir en este mundo que ya perdido  el “norte”  y el sentido, cuál es el nuestro, a donde nos dirigimos, quienes somos, qué estamos haciendo y como nos sentimos con todo ello. Preguntas y respuestas que nos darán la clave de qué es lo que buscamos, acaso son nuevas sensaciones que experimentamos de forma rápida, gratificaciones del momento que enseguida nos dejan un vacío que nos afanamos en volver a llenar. La comida, bebida, el juego, las compras, ¿de eso se trata ser felices?

La verdadera felicidad no puede ser eso tan efímero, esas cosas materiales que una vez las posees deja de tener interés. Esas personas a las que  nos aferramos exigiendo amor cuando no somos capaces de dárnoslo a nosotras mismas y menos de darlo a la otra persona. Decimos “quererla” pero querer algo o a alguien es poseer. Yo quiero una manzana, la quiero para un beneficio propio, saborearla, comerla, nutrirme de ella. Amar es diferente de “querer”, amar no es poseer, amar es entregar y con esa entrega que hace feliz a la otra persona es experimentar esa felicidad. Eso es amor incondicional y ese es el camino a la felicidad. La felicidad es encontrar los auténticos valores personales, esos que nos hacen ser y sentir que somos buenas personas o que nos ayudan a ello. Tener unos principios claros ayuda a clarificar a donde nos dirigimos y entender el mundo en el que estamos y encontrar la felicidad con nuestra forma de vivir, de ayudar a los demás desinteresadamente, de ser coherentes con nosotras mismas. Viktor Frank’l decía que él había encontrado el sentido de su vida ayudando a otros a encontrar el suyo, eso se puede decir que es realización, por tanto, felicidad. La felicidad sin significado caracteriza una vida relativamente superficial, decía Frank’l y este es uno de los signos de nuestro tiempo. Por eso Frank’l nos invitaba a dejar de buscar la felicidad, Hoy parece que sea una obligación el ser felices y ahí están los cientos de libros de autoayuda, las dietas para vernos más bien, decretos y frases prefabricadas de ser felices. Jung dijo que  la felicidad requiere que seamos capaces de mirar primero en nuestro interior. Solo cuando despertamos, solo cuando hacemos consciente lo inconsciente y dejamos atrás las sombras, nos sentimos libres para alcanzar aquello que nos hace felices. Jung hacía referencia a ese proceso mediante el que logramos convertirnos en individuos psicológicos libres, pero unidos en todas nuestras partes. Sin miedos, sin angustias, formando una totalidad donde nada queda en la sombra, ahí donde lo inconsciente se vuelve consciente y tenemos claros nuestros propósitos.

Si pensamos en la vida de personajes como  Oliver Sacks, Jung, Kant, Rilke o Frankl, entendemos por qué todos estos hombres nunca buscaron la felicidad. Buscaron, más bien, algo que le diera sentido a su vida y con ello quedaron para siempre impresos en lo que ninguna catástrofe puede borrar. “Ningún hombre puede vivir sin significado”, dijo Jung alguna vez. Algo realmente grave sucede cuando el ser humano deja de buscar un sentido más grande que sí mismo y se dedica a recibir placer. La búsqueda de sentido implica, desde luego, discusiones, angustia, tristeza y decepción. Pero sin estos mecanismos de duda es difícil trascender o llevar una vida que, aunque no feliz, sea un poco más plena. Si existe un sentido del todo, escribió Frankl, entonces debe haber sentido en el sufrimiento. El ser humano siempre apunta, y está dirigido, a algo o alguien distinto de uno mismo; ya sea un sentido de satisfacer o el conocer a otro ser humano. Entre uno más se olvida de sí mismo –al entregarse a una causa para servir o a otra persona que amar– más humano es.

La eudaimonía o la clave de la felicidad según Carl Jung

Eudaimonía significa tener buena fortuna, riqueza o felicidad. Es un florecimiento interno que según Carl Jung todos deberíamos promover tomando contacto primero con nuestro propio daimon. Se trata de un genio interno, de un arquetipo que guía nuestras pasiones y motivaciones inconscientes, ese que define nuestras esencias y al que deberíamos escuchar más a menudo.

Si hay algo que abunda en exceso en casi cualquier lado (librerías, redes sociales, mensajes impresos en nuestra ropa) es la necesidad de ser felices. No hay anuncio de televisión donde no se nos sugiera que al beber ese refresco o tener ese móvil, experimentaremos nuevas y maravillosas sensaciones. Hay una visión de la felicidad actual que adquiere un tono casi imperativo.

“El carácter del hombre es su daimon”.

-Heráclito-

 

Vivimos una postmodernidad donde esa obligación por ser felices nos lleva muy a menudo a la propia infelicidad. Recordemos, por ejemplo, lo que nos dice el matemático y filósofo Nassim Nicholas Taleb en su libro El cisne negro: las personas aún creemos que todo el mundo está lleno de cisnes blancos, que basta con esforzarse para conseguir lo que uno desea, que las promesas que nos hicieron de niños ser harán un día realidad.

Sin embargo, según Taleb, nuestro mundo es tremendamente complejo. Tanto, que cuando vemos un cisne negro no sabemos cómo reaccionar, nos volvemos vulnerables porque no sabemos gestionar los imprevistos y la incertidumbre. La felicidad, por tanto, nunca podrá hallarse si ponemos la mirada en el exterior. Debemos fortalecer nuestro carácter, nuestro daimon, como diría el propio Carl Jung.

La eudaimonía y la importancia de conocernos a nosotros mismos

Uno de los herederos del legado de Carl Jung fue James Hillman. Este analista junguiano fue uno de los exponentes que más profundizó en el concepto de los arquetipos, y más concretamente, en la ideal del daimon. En su libro The Souls Code nos recuerda la importancia de tomar contacto con ese genio o “demonio” interno para poder construir una vida plena, una felicidad real. Para comprender mejor esta interesante teoría, analicemos con detenimiento lo que nos revela el profesor Hillman en su libro.


¿Qué es un daimon?

Daimon en griego significa demonio. Sin embargo, lejos de tener una atribución negativa o maligna, simboliza en realidad la entidad más elevada del ser humano. En la ética de Aristóteles, daimon era virtud y la sabiduría en su aspecto más práctico.

Carl Jung, por su parte, nos explicó que el daimon habita en nuestro inconsciente. Guía muchos de nuestros actos, nos impulsa, nos susurra ideas, nos inspira y da voz a nuestra intuición. Sin embargo, en la sociedad actual y en el ritmo de vida que llevamos a día de hoy es común alejarnos de esa voz interna.

Una educación orientada a formar personas iguales y un mercado laboral que no valora la originalidad, merma por completo la oportunidad de sacar a la luz este duende interno. Esa entidad está llena de vitalidad, tiene un enorme potencial y clama por liberar su impulso creativo, sin embargo, no siempre nos atrevemos darle su espacio.

El daimon y la eudaimonía: cuestión de valentía

El doctor James Hillman nos sugiere que pocas cosas son tan decisivas como aprender a escuchar a ese espíritu, a esa entidad mágica y colorida que habita en todas nuestras motivaciones. Por ello, nada puede inspirarnos más que esa frase que estaba inscrita en el pronaos del templo de Apolo en Delfos: “conócete a ti mismo”.

Quien deja de poner su mirada en el exterior, en lo que quieren los otros y se inicia por fin en el viaje del autoconocimiento, logrará alcanzar a su daimon.

Ahora bien, abrazar la eudaimonía no siempre es fácil. Porque en ocasiones, el daimon quiere cosas que nuestro entorno no entiende. Tal vez el abogado no quiera ejercer la abogacía, tal vez desee ser artista. Puede a su vez que el artista famoso y acaudalado, ya no quiera crear, puede que su daimon le pida ejercer una labor humanitaria. Puede también que nuestro daimon nos clame mayor independencia, espacios propios y libertades que ahora no nos atrevemos a pedir.

La eudaimonía exige sin duda altas dosis de valentía. Aún más, si nos atrevemos a escuchar a esa voz interior, a ese daimon inquieto y hambriento por hacer cosas, nos someterá a diferentes castigos. Tal y como nos recuerda Carl Jung, si no somos capaces de escuchar las necesidades del daimon, nuestra alma enfermará. Porque ir en contra de nuestros deseos y motivaciones trae la infelicidad.

¿Cómo cultivar la eudaimonía?

Sabemos ya que nada puede ser tan decisivo como favorecer el autoconocimiento. Tomar contacto con nuestros deseos, nuestras esencias, identidades y valores personales es sin duda un modo de abrazar nuestro daimon y de reconocerlo. Sin embargo, no basta con tomar contacto con él, con decirle “sé que estás ahí”. Debemos darle libertad, libertad creativa, libertad de expresión.

Cultivar una auténtica eudaimonía exige hacer cambios, implica dejar a un lado esquemas impuestos desde el exterior y ser capaces de crear nuestra propia realidad. Así, debemos ser a su vez plenamente conscientes de la complejidad de nuestro entorno, ahí donde lo imprevisto, la incertidumbre y las dificultades serán constantes. El daimon quiere cosas, pero para alcanzar la eudaimonía debemos lidiar también con unos escenarios donde no es fácil expresarnos, realizarnos.

En relación a esto mismo nos viene bien recordar lo que Immanuel Kant nos explicó una vez: para ser felices debemos aprender a ser sagaces. Es decir, debemos ser capaces de elegir los medios adecuados para conseguir la mayor cantidad bienestar propio. Queda claro que tal empresa, tal finalidad, no es nada fácil.

Por ello, siempre tenemos a nuestro alcance la terapia Junguiana. Este enfoque terapéutico está orientado precisamente a este fin, a poner a nuestro alcance la eudaimonía, ayudándonos a discernir nuestras singularidades y potencial para alcanzar la felicidad que queremos, la que se ajusta a nosotros mismos.




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